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El asedio al Santuario
EL ASEDIO AL
SANTUARIO DE LA VIRGEN DE LA CABEZA
Por Antonio Extremera Oliván
Introducción
Fracasado el Alzamiento Nacional en la provincia de Jaén, se
trasladaron cientos de familiares de la Guardia Civil al Santuario
de la Virgen de la Cabeza de Andújar (Jaén), a mediados de agosto de
1936. Su propósito era esperar el final de la contienda o la
liberación prometida por los guardias civiles de la Comandancia que
habían sido destinados al frente republicano y que,
sistemáticamente, se fueron pasando al bando nacional.
Conforme se desvanecía la esperanza de la ansiada liberación,
aumentaba el interés del ejército del Frente Popular por la
posición, debido a su intención de explotar su conquista con fines
propagandísticos. La defensa del Santuario duró más de ocho meses
bajo las órdenes del capitán Cortés, cayendo finalmente el 1 de mayo
de 1937 después de numerosos combates y acciones heroicas del
personal civil y militar asediado.
Inicio del Asedio
En vísperas de la guerra civil, Jaén contaba con una población en
torno a 600.000 habitantes, siendo una provincia eminentemente
agrícola. La estructura de la propiedad hacía de ella uno de los
ejemplos más destacados de la secular crisis del campo español. La
opulencia de los ricos hacendados contrastaba con la miseria y
hambre de los jornaleros que sólo podían disfrutar del trabajo
temporal que daba el campo y del que apenas podían sobrevivir.
El descontento de la clase obrera se reflejaba en una nutrida
afiliación sindical, teniendo su reflejo en la militancia en los
partidos de izquierda. Ésta acogió de buen grado la victoria del
Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, al pensar que
había llegado el momento de la esperada revolución que pusiera fin a
la república democrática. De este modo, el clima social se fue
radicalizando a lo largo y ancho de la provincia durante la
primavera del 36: Alcaudete, Mancha Real, Huesa, Arjonilla, entre
otras muchas poblaciones, vieron cómo aumentaban los asaltos a los
cortijos, la quema de cosechas y los asesinatos. Esta violencia
fue creciendo conforme avanzaba el año, llegando hasta su punto más
álgido en la primera quincena del mes de julio.
Por otra parte, la guarnición militar con la que contaba la
provincia se basaba esencialmente en la Guardia Civil y el Cuerpo de
Seguridad y Asalto, ya que los demás efectivos eran prácticamente
testimoniales. La Guardia de Asalto, presente en la capital de la
provincia desde el 3 de enero de 1933, estaba constituida por una
Compañía formada por 80 hombres bajo el mando del capitán Jos��
García Sánchez y que habían sido dirigidos hasta meses antes de la
contienda por el capitán de la Guardia Civil José Rodríguez de
Cueto, siendo en su mayoría partidarios de secundar la revuelta
militar. Por su parte, la Comandancia de la Guardia Civil de Jaén,
perteneciente al 18 Tercio de Córdoba, estaba compuesta por 650
hombres distribuidos por los 98 puestos con los que contaba en la
provincia y que estaban agrupados en seis compañías (Jaén, Linares,
Úbeda, Andújar, Martos y Villacarrillo). Al mando de la Comandancia
jiennense se encontraba el teniente coronel Pablo Iglesias Martínez,
auxiliado por los comandantes Eduardo Nofuentes e Ismael Navarro.
Estos jefes tenían en Jaén un destino reciente, pues buena parte de
los mandos militares habían sido trasladados tras las elecciones de
febrero de 1936, por lo que desconocían la sensibilidad y
pensamientos de los hombres que estaban bajo sus órdenes.
La indecisión de los jefes que dirigían la Comandancia frenó el
deseo de la mayor parte de los oficiales y tropa de añadir la
provincia a las fuerzas sublevadas. El contacto que los militares
rebeldes tenían en Jaén era el capitán de Infantería Eduardo Gallo,
adscrito a la caja de reclutamiento y que había comprometido en los
días previos al Alzamiento cerca de medio millar de efectivos
civiles. Éste contaba con la declaración del Estado de Guerra por
parte de la Guardia Civil y la entrega de armas a los paisanos hacia
las tres de la tarde del día 18. Pero los titubeos de los mandos de
la Benemérita hicieron retrasar la decisión. La última reunión,
mantenida en la Comandancia en las últimas horas del mismo día 18,
terminó con la clara oposición a la sublevación del teniente coronel
Revuelta, gobernador militar de la provincia, y la pasividad del
también teniente coronel de la Guardia Civil, Pablo Iglesias.
Entretanto, los civiles reclutados esperaban formando pequeños y
disimulados grupos el cohete que serviría de contraseña para unirse
al Alzamiento militar. En lugar de éste, recibieron la orden de
volver a sus casas ante la falta de acuerdo. La
sublevación en Jaén había fracasado.
Ante la presión de los gobernantes, el teniente coronel Iglesias dio
orden para entregar las armas de los cuarteles a la muchedumbre,
siendo desobedecida por algunos puestos, por lo que el diputado
socialista Alejandro Peris no dudó en animar a la población a que
asaltaran los cuartelillos que se negaran a la entrega. Esta orden
ocasionó enfrentamientos en diferentes puntos de la provincia entre
la población y la Guardia Civil. Con el fin de evitarlos, se ordenó
la concentración de los guardias en la capital. Este repliegue ya se
había realizado en la Compañía de Andújar, dirigida por el capitán
Antonio Reparaz, y en Úbeda, donde se sumaron los guardias civiles
de la tercera Compañía que tenía su cabecera en Linares, evitando
los posibles enfrentamientos con la radicalizada población. Esta
concentración de las fuerzas del orden dejó a numerosos pueblos de
la provincia y sus habitantes a la merced de grupos incontrolados,
produciéndose en ellos un auténtico exterminio de los adversarios
políticos al verse libres del control de los que tenían la
obligación de velar por el orden público.
Pero la concentración de guardias en determinadas ciudades de la
provincia fue vista con temor por las autoridades del Frente
Popular, dado que podrían servir de catalizador de los que aún
confiaban en una sublevación por parte de la Benemérita. Con el paso
por la provincia de la columna del general Miaja a finales del mes
de julio, comenzó el envío de guardias a los frentes
gubernamentales. Así se encuadraron, no sin ciertas tensiones, 80
guardias de los concentrados en Úbeda y 90 más de Andújar con sus
respectivos capitanes. En esta ciudad, se puso como condición
trasladar a sus familiares, junto a un pequeño grupo de guardias al
mando del teniente Ruano, al palacio de Lugar Nuevo. Una vez
disueltas las concentraciones en estas ciudades, le tocaba el turno
a la capital. A mediados de agosto se enviaron 50 guardias de Jaén
al sector de Campillo de Arenas, y días después 150 más, al mando
del teniente coronel Iglesias, junto a 500 milicianos, para reforzar
el frente de Alcalá la Real. El paso de los primeros a la zona
nacional, hizo que el teniente coronel fuera sustituido por el
comandante Navarro con el fin de evitar la evasión de los guardias.
Pero el plan para pasarse ya estaba ultimado por el capitán Amezcua,
llevándolo días después junto a dos oficiales y 132 guardias. El
paso de estas unidades aumentó la desconfianza y hostilidad sobre la
tropa concentrada que aún quedaba en Jaén y que, junto al millar de
presos políticos que abarrotaban tanto la cárcel provincial como la
catedral, serían fuerza más que suficiente para hacerse con el
control de la ciudad. Para evitar este problema, se enviaron buena
parte de los presos a “cárceles más seguras”, en lo que más tarde se
llamó “el tren de la muerte”, ya que fueron fusilados en la estación
del Tío Raimundo en Madrid. Para las familias de los guardias se
propusieron diferentes lugares de la zona republicana, no siendo
admitidos por los interesados que pidieron, en cambio, su traslado
al Santuario de la Virgen de la Cabeza, cercano a Lugar Nuevo y con
capacidad de albergar a toda la población civil gracias a la
veintena de casas de cofradías y otras edificaciones que existían en
su entorno. De este modo, en la mañana del 18 de agosto salían de la
estación de Jaén rumbo a la de Andújar los trenes que transportaban
los efectivos.
La ruptura de relaciones
Mientras tanto, los guardias civiles de la columna Miaja retrasaron
su ya planeado paso a la zona de Córdoba, hasta que sus compañeros
del Santuario se abastecieran de los alimentos necesarios para
resistir las pocas semanas que, según sus cálculos, duraría el
avance de las tropas nacionales desde Córdoba y su consecuente
liberación. El capitán Reparaz, en continuo contacto con el capitán
Cortés, cruzó el frente el día 25 de agosto, llevando consigo más de
200 guardias civiles. Entre los guardias que no habían participado
en los planes de Reparaz, se encontraban 50 procedentes de Linares
que fueron desarmados y enviados en dos camiones primero a Jaén para
después dirigirse al Santuario. Ya desde el principio de su estancia
en el Santuario, el capitán Cortés había ideado junto al capitán
Reparaz, un sistema ante una posible defensa. Ésta consistía en una
organización a través de cinco sectores que rodeaban todo el cerro,
concediendo especial atención a la zona norte por ser la menos
abrupta.
A partir del paso de las tropas de Reparaz a Córdoba, la situación
de la población residente en el Santuario se fue complicando por
días. Las autoridades de la provincia desconfiaban de la ambigua
actitud mostrada por la Guardia Civil, y que, a pesar de las buenas
disposiciones que manifestaban, no dejaba lugar a dudas con el paso
de más de 400 efectivos de Jaén a la zona nacional. De este modo, el
día 9 de septiembre llegó a Andújar Lino Tejada como delegado
especial del gobernador civil para conocer exactamente el grado de
lealtad de los refugiados en la sierra y disolver el campamento. La
actitud intransigente de ambas partes tensó aún más las relaciones,
lo que se puso de manifiesto en la escueta carta que el comandante
Nofuentes le envió al delegado el 12 de septiembre en la que le
decía “tengo demasiados años y categoría para aceptar consejos de
usted que para mí nada es ni representa, omitiendo por tanto toda
explicación”.
Comenzó así el lanzamiento de octavillas sobre las posiciones con el
objeto de minar la moral de los residentes y provocar una reacción
de la tropa contra sus jefes. Las proclamas lograron su objetivo al
sembrar dudas en buena parte de los refugiados, decidiendo el
comandante Nofuentes convocar a los hombres residentes en el
Santuario para consultarles sobre la actitud que debían adoptar. En
la asamblea, el grupo de paisanos que allí había, crearon un
ambiente de entusiasmo hacia la causa nacional, mientras
que los guardias quedaron silenciosos en su mayoría. La reunión
volvió a celebrarse el día 14 de septiembre. En esta ocasión sólo
fueron convocados los guardias civiles. La actitud de permanecer en
el lugar no encontró eco entre la mayor parte de los guardias que
optaron por la evacuación del reducto. En ese momento, el capitán
Cortés daba todo por perdido, mientras en la explanada del cerro se
organizaba el traslado del personal del campamento. Con la partida
del primer convoy, el capitán vio cómo unas mujeres que estaban en
una fuente, eran forzadas a subir a los camiones. Esto hizo que se
abalanzara calzada abajo junto a un reducido grupo de seguidores con
el fin de paralizar las expediciones. Provistos de sus pistolas
reglamentarias, detuvieron a los guardias de Asalto que allí se
encontraban. Asimismo, fue detenido a su vuelta el comandante
Nofuentes que había partido con el delegado gubernativo para
concretar los detalles de la evacuación. A pesar de la actitud del
capitán Cortés, continuaron los intentos de disolver el campamento
de forma pacífica mediante el lanzamiento de nuevas octavillas con
un lenguaje cada vez más agresivo, siendo acompañadas en esta
ocasión de bombas de pequeña potencia con intención disuasoria. A
esta campaña, se unió el envío de parlamentarios para convencer a
los jefes más destacados para que depusieran su actitud.
Entretanto, dentro del campamento se vivían horas de tensión y
enfrentamiento. La actitud tomada por el capitán no convencía a un
número elevado de guardias. Los que pudieron franquear los puestos
de vigilancia establecidos en torno al cerro, desertaron del
campamento, contabilizándose el 15 de septiembre 35 guardias civiles
evadidos. Esto hacía crecer en el capitán las dudas sobre la lealtad
de sus hombres, por lo que dio orden de disparar a todo el que se
alejara del perímetro establecido.
La desconfianza entre los jefes y la tropa se extendía también a
Lugar Nuevo. De este modo, quiero referirme en este punto a las
difíciles relaciones que existieron a lo largo del asedio entre el
capitán Cortés y el teniente Ruano que dirigía el destacamento de
Lugar Nuevo. Este último, fue destituido a mediados de septiembre y
sustituido en su cargo por un brigada. Este dato, hasta ahora
desconocido, se desprende del testimonio de Juan Beltrán, tío del
teniente, cuando fue a entrevistarse con su sobrino el 17 de
septiembre con el fin de hacerle deponer su actitud, lo cual no pudo
realizar por hallarse detenido. Este hecho fue confirmado nuevamente
por el propio capitán Cortés en el encuentro que mantuvo dos días
después con el sargento de la Guardia Civil José Garrido, enviado de
las fuerzas republicanas, al contar entre los detenidos al teniente.
Este hecho, nos deja ver las relaciones que existieron entre el
capitán Cortés y el teniente Ruano a lo largo del asedio. El
teniente Ruano estaba en este año de 1936 recién ingresado en el
cuerpo de la Guardia Civil y por tanto no existía una relación
anterior entre los dos oficiales. Lo primero que nos hace pensar el
conocimiento de su detención es que Ruano no aceptó la dirección
marcada por el capitán Cortés, pretendiendo continuar como supremo
jefe de la posición que el capitán Reparaz le había confiado en
Lugar Nuevo, por lo que Cortés lo destituyó por insubordinación.
Según el testimonio de los que lo conocieron, Ruano tenía un
carácter altanero. De este modo, cuando el
Comandante Nofuentes hizo un
relato manuscrito sobre el asedio con el fin de ser admitido en la
Guardia Nacional Republicana, describe el momento en que se encontró
con los oficiales sublevados ya detenidos momentos antes de su
evacuación. Respecto al teniente Ruano afirma que “cambió su altivez
y orgullo ante mi persona, que llegó naturalmente al desprecio, por
pasar delante de mí con la vista baja y la cara llena de vergüenza”.
La hipótesis de no subordinarse a la dirección marcada por el
capitán en el cerro igualmente toma forma con el repliegue sobre el
Santuario realizado en la madrugada del día 12 de abril de 1937 sin
previo aviso al capitán Cortés. Los primeros en llegar al Santuario
de las más de 200 personas con las que contaba la expedición, lo
hicieron hacia las cinco y media de la mañana. El capitán Cortés,
que se encontraba en esos momentos en el cementerio dando sepultura
a los caídos en la jornada anterior, se quedó estupefacto. Al día
siguiente envió un parte a Córdoba comunicando la odisea. El día 14
de abril volvió a referirse a la evacuación en otro parte que nunca
llegó a su destino. La paloma que lo llevaba cayó fulminada por los
disparos de un miliciano y el mensaje fue entregado al teniente
coronel Cordón, jefe militar del Ejército republicano establecido en
el Santuario. En el mensaje se mostraba la pesadumbre del capitán
por el abandono de Lugar Nuevo, pues empeoraba notablemente la
situación de los refugiados en el Santuario. En el comunicado,
afirmaba Cortés que “si bien existe una desmoralización en las
fuerzas (de Lugar Nuevo), no es a éstas ni a las clases a las que
considero responsables del trascendental paso que han dado, sino
sólo exclusivamente a la falta de energía del oficial que debió
oponerse a ello a toda costa”. El mensaje continúa afirmando que
“teniendo en cuenta situación campamento, he dispuesto que las
fuerzas y clases empiecen a prestar servicios mezcladas entre las
que aquí hay que están animadas de mejor espíritu y al oficial le he
dejado sin mando con el fin de que se desimpresione, haciéndose al
ambiente de la disciplina”.
Pero volviendo a nuestro relato y disipada toda duda de la actitud
rebelde de los campamentos serranos, el delegado gubernativo Lino
Tejada consideró concluida y fracasada la misión que se le había
encomendado, cesando en su delegación el 25 de septiembre de 1936.
Antes de hacerlo, quiso hacer un último intento con el lanzamiento
de más de 400 bombas, cada vez de mayor potencia, en los últimos
días como responsable. Ahora se hará cargo de la dirección de las
operaciones el comandante general de la columna de Andalucía,
Hernández Sarabia. Así quedaba oficialmente declarada en rebeldía la
población del Santuario y Lugar Nuevo. Una población que se componía
en el Santuario de 233 combatientes y 639 mujeres, niños y ancianos;
en el palacio de Lugar Nuevo había 85 hombres aptos para el combate
y 231 de personal no combatiente. En total existían entre los dos
campamentos 318 defensores y una población residente de 870.
El desarrollo del asedio
No es objeto de este trabajo el exponer la marcha pormenorizada del
campamento en los 7 meses siguientes a los hechos narrados, por lo
que expondré el devenir de los factores más destacados del sitio,
prestándole especial atención a las últimas y decisivas jornadas.
Sería aventurado y siempre impreciso dar una cifra exacta de los
combatientes republicanos que en este momento estaban apostados en
el cerro. Pero para hacernos una
idea de la situación en el momento de declararse en rebeldía la
Guardia Civil de la provincia, podemos afirmar que las fuerzas
sitiadoras, bajo las órdenes del capitán de la Compañía de Asalto de
Jaén, Agustín Cantón, contaban en este momento inicial con 1.500
personas aproximadamente. En su mayoría eran milicianos, por lo que
su efectividad en el campo de batalla era mucho menor que la de los
350 combatientes sitiados. Estas cifras hay que tomarlas con cautela
al no existir un registro oficial de fuerzas y porque éstas fueron
cambiando a lo largo del asedio. De este modo, respecto a los
sitiados, hubo deserciones desde los inicios de las hostilidades. El
día 15 de septiembre, al día siguiente del golpe de mano dado por
Cortes, eran ya 35 los guardias que habían logrado evadirse del
Santuario. Este número decreció durante el desarrollo del asedio,
aunque no dejaron de existir casos aislados, aumentando nuevamente
en el mes de abril con el recrudecimiento de las acciones bélicas.
También entre las filas republicanas se produjeron deserciones con
la intención de unirse a la suerte de los sitiados. Así, el 13 de
octubre se incorporaron al Santuario dos sargentos y tres guardias
civiles, y el 23 dos guardias de Asalto, comunicando al capitán que
había otros 20 compañeros en las líneas enemigas dispuestos a
evadirse. Pero conforme pasaba el tiempo la situación de la
población del Santuario se agravaba aún más, por lo que Cortés no
estaba dispuesto a asumir más personas en el campamento. A partir de
noviembre fueron rechazadas las propuestas de evasión del campo
republicano. De este modo, el día 2 un cabo y un guardia de Asalto,
pasaron a entrevistarse con Cortés y comunicarle que estaban
esperando el momento oportuno para pasarse una parte de sus fuerzas
al Santuario. Cuando volvieron a entrevistarse un mes más tarde en
representación de 50 compañeros, Cortés les disuadió de hacerlo,
proponiendo que dirigieran sus esfuerzos en tomar Jaén. Ese mismo
día, Cortés acogió a un vecino de Fuencaliente (Ciudad Real) que
huía de la persecución que padecía. El día 14, llegaron otros cuatro
paisanos de dicha localidad que venían en representación de más de
300 personas de su comarca pidiendo asilo. Cortés no pudo
concederles permiso para ingresar en el campamento por la precaria
situación en la que vivían y que aún la agravarían más. Y es que
desde el mes de septiembre, la situación de la población asediada
empeoraba por momentos. El primer objetivo de las fuerzas
republicanas fue romper toda comunicación con la zona nacional. Esta
se realizaba mediante un receptor de radio debido a que la radio de
la Comandancia fue entregada a finales de agosto a las fuerzas
republicanas. El receptor se abastecía de electricidad mediante un
generador que estaba situado en el lado noreste del templo y que fue
uno de los primeros objetivos de las fuerzas leales. Incomunicados,
la única esperanza que albergaban los sitiados era la llegada de los
400 guardias civiles de la comandancia de Jaén que habían logrado
pasarse a la zona nacional y, que muchos de los cuales, tenían sus
familias en el cerro. Pero los planes inmediatos del Ejército
sublevado era la conquista de Madrid, lo que hubiera supuesto el
final de la contienda. Esto hizo que se desplazara al centro de la
península la mayor parte de las fuerzas y que los guardias de Jaén
fueran dispersados en diversos frentes. El general Queipo de Llano
quedó desprovisto de fuerza suficiente para acometer una rápida
conquista del valle del Guadalquivir. Sus mermados efectivos sólo
podían avanzar lentamente. A pesar de ello, logró importantes
objetivos, como la conquista de Lopera y Porcuna dentro de la
denominada “campaña de la aceituna”. La población de Porcuna,
visible desde el Santuario, hizo posible la comunicación mediante
heliógrafo. Para las comunicaciones secretas, el capitán Cortés
utilizaba como método el envío de palomas mensajeras que llevaban
sus encriptadas comunicaciones hasta Córdoba desde finales del mes
de septiembre. Otro de los principales problemas de los asediados
durante los meses que duró el mismo fue el aprovisionamiento de
víveres. Estos debían de hacerse por vía aérea desde Córdoba y
Sevilla, por lo que tenían que internarse en campo enemigo durante
buena parte de su recorrido. Asimismo, el elevado número de personas
a las que alimentar (más de 1.000) y lo agreste del terreno
dificultaba sobremanera esta labor. En este sentido se ha de
destacar la labor realizada por el capitán Carlos Haya. De los 157
servicios de aprovisionamiento realizados al Santuario, el capitán
Haya realizó con su Douglas DC-2, 70 de estos auxilios. Gran
renovador de la técnica aérea, supo idear sistemas para rentabilizar
al máximo la eficacia de sus envíos mediante la utilización de
dobles sacos, tubos metálicos e incluso la utilización de pavos para
lo más delicado. Su heroísmo en el abastecimiento de los sitiados le
valió la concesión de la Laureada de San Fernando, máxima distinción
del Ejército español, en septiembre del 42. A pesar de la voluntad
de auxiliar a la población asediada con alimentos y medicinas, el
sistema era insuficiente para alimentar a un millar de personas.
Según los cálculos que realizó el capitán Cortés, se necesitaría
diariamente 750 kgr. de pan y 300 más de legumbres o patatas. Ante
la imposibilidad de alimentar a toda la población vía aérea,
individualmente completaban la escasa ración con animales y frutos
silvestres. A medida que pasaron los días, estos alimentos fueron
desapareciendo en las inmediaciones del cerro. La situación se
complicó
aún más con la llegada del invierno, por lo que muchos comenzaron a
experimentar con hierbas desconocidas, lo que motivó el
envenenamiento del guardia Miguel Chamorro y dos de sus hijas en
febrero del 37. Igualmente hay que advertir que, conforme el
invierno avanzaba, las enfermedades aumentaron considerablemente
debido principalmente a las
precarias condiciones en las que vivían y la falta de ropa de
abrigo. La población del Santuario se había trasladado desde la
capital en pleno mes de agosto con la confianza de que su estancia
en el cerro sería corta, por lo que en el básico equipaje que
pudieron transportar no había mucho sitio para ropa de abrigo. A
esto hay que sumar la destrucción, total o parcial, de aquellas
construcciones que los albergaron en el primer momento, debiéndose
hacinar en las escasas edificaciones que mantenían su cubrición. Hay
que hacer notar que el invierno del 36-37 fue bastante lluvioso, por
lo que la falta de vivienda, se convirtió en otro de los graves
problemas de los sitiados.
Y es que la aviación y la artillería fueron los protagonistas de los
hostigamientos durante todos estos meses. Ya vimos cómo el bombardeo
de la posición comenzó desde el inicio del sitio. Si éstos tuvieron
al principio la misión de lanzar comunicados a la población para que
depusieran su actitud y se enfrentasen a sus jefes, con el
lanzamiento de bombas disuasorias, pronto los vuelos se convirtieron
en demostraciones de fuerza sobre la población. Ya he hecho mención
a los bombardeos que mandó realizar Lino Tejada entre los días 16 y
24 de septiembre con el lanzamiento de más de 400 bombas, utilizando
para ello aparatos procedentes de los aeródromos de Baeza, y sobre
todo, de Andújar. Estos bombardeos, ocasionaron el primer muerto en
combate, el brigada de Carabineros Juan Molina. Su cadáver fue
enterrado con la solemnidad que los medios permitían bajo una
bandera española bicolor en el improvisado cementerio, siendo el
primero en ser inhumado en este lugar que acogería durante el asedio
a todos los difuntos. Debido al tiempo y al desarrollo de la guerra,
los bombardeos por aire nunca fueron regulares. Tras días de
relativa calma, se iniciaban otros de continuo e intenso bombardeo
aéreo, reforzado por la artillería. Desde el aire, ningún refugio
era seguro para los centenares de personas que ocupaban el cerro. A
pesar de la destrucción de inmuebles que realizaba la aviación, fue
la artillería republicana la que ocasionaba el mayor hostigamiento
de la posición. Las piezas de artillería
destacadas en el cerro no siempre se mantuvieron constantes,
trasladándose a otros frentes según las necesidades bélicas. El
avance de las tropas nacionales del general Queipo de Llano, hizo
interpretar a los mandos republicanos que su objetivo era liberar el
Santuario, por lo que reforzaron la posición con importantes piezas
de artillería. A finales de octubre se instalará una batería de 10’5
junto a la caseta de peones camineros que castigará durante el
asedio el lateral norte de la iglesia hasta convertirla en
escombros. Tras el fracaso del ataque del día 1 de noviembre, en el
que llegaron a participar 9 aviones además de la fusilería y la
artillería, se refuerza aún más esta última por el alto grado de
rendimiento que se obtiene en la destrucción. El día 5 de noviembre
se sitúan dos piezas más de 12’40 en la casa de Orti. A pesar de
cumplir con su función, estas se ven insuficientes para una toma
rápida de la posición, por lo que el día 9 de noviembre llegó una
nueva batería de 7’5 para redoblar el castigo artillero. Un
despliegue de medios desproporcionado frente a los sitiados que tan
sólo contaban con fusiles. De los duros ataques de noviembre, las
fuerzas republicanas sólo pudieron ocupar escasas avanzadillas,
produciéndose, en las dos primeras semanas del mes más de una
veintena de muertos entre los asediados. Pobres resultados para la
demostración de fuerza realizada y la población que se trataba de
reducir. Lo que sí puso de manifiesto fue que, para tomar la
posición, era necesario neutralizar previamente el cerro que ocupaba
la cuarta sección.
Pero las necesidades de otros frentes hicieron que se redujeran los
dispositivos allí desplazados. De este modo, en enero del 37 la
tropa republicana destacada en el Santuario se componía de 2
capitanes, 4 tenientes, 8 suboficiales, 185 milicianos y un capitán
con 240 guardias de Asalto. Asimismo la artillería quedó reducida a
una batería de 11,5.
Hacia el combate final
El Santuario no poseía interés estratégico para ninguno de los
bandos combatientes al estar aislado en Sierra Morena, a más de
treinta kilómetros de Andújar, con la que lo unía una carretera sin
asfaltar que terminaba en el cerro. Además se conocía la población
allí residente, compuesta en su mayoría por personal civil, siendo
el grupo de combatientes numéricamente
escaso e insuficiente como protagonizar ningún hostigamiento a la
ciudad de Andújar o cualquier otra posición republicana. Cabe pues
preguntarse qué interés suscitaba este enclave para el bando
republicano. Para entender el interés de unos y otros por hacerse
con el Santuario hay que tener en cuenta que el desenlace obtenido
en el Alcázar de Toledo y el uso propagandístico que de él hizo el
Ejército sublevado fue motivo más que suficiente para tratar de
contrarrestarlo con la toma definitiva de la posición del Santuario.
A esto habría que añadir, la difusión que estaba tomando la odisea
vivida entre aquellos riscos en la prensa nacional e internacional,
por lo que la finalización del mismo podía ser explotada como
propaganda. Desde este punto de vista, quiero llamar la atención
sobre las palabras del historiador británico Hugh Thomas que afirmó
que “más aún que las defensas del Alcázar y de Oviedo, que
terminaron felizmente, (el asedio al Santuario) había ganado la
admiración de los españoles de todos los bandos”. A esto habría que
añadir que en este mes de marzo, el Ejército republicano había
cosechado una importante victoria militar en Guadalajara frente a
las tropas italianas que trataban de hacerse con la ciudad. Este
hecho sirvió para insuflar ánimo a sus combatientes que hasta este
momento de la guerra sólo habían visto retroceder sus posiciones.
Dentro de este ambiente de optimismo, el Ejército republicano
deseaba sumar esta nueva conquista que, más que por su valor
estratégico, se convertiría en símbolo de la eficacia de la nueva
organización militar que se había producido en los primeros meses
del año con la creación primero de las Brigadas Mixtas y más tarde
de las Divisiones, y con el nombramiento del coronel Gaspar Morales
como jefe del Ejército de Andalucía. Será a partir del mes de marzo
cuando comienza a estudiarse entre los mandos republicanos la idea
de terminar definitivamente con el Santuario, reforzando aún más el
cerco tanto con nuevas piezas de artillería como de personal
combatiente, apuntándose por primera vez la idea de trasladar una
unidad de tanques. El día 24 se le comunicó al teniente coronel
Gazzolo que “el Ministro encarga con particular interés que se
liquide el asunto de Santa María de la Cabeza”. Como primera medida
se reforzará el uso del
denominado “altavoz del frente” con el fin de desmoralizar a la
castigada población asediada. Ante él hablarían a los sitiados
corresponsales extranjeros, poetas, artistas, comisarios políticos,
evadidos y presos pidiendo la rendición de la posición.
Una de las primeras consecuencias del funcionamiento del altavoz fue
la deserción de cuatro guardias y un paisano de Lugar Nuevo con la
intención de pasarse al bando nacional, aunque con tan mala fortuna
que fueron apresados. Sus declaraciones mostraron al Ejército
contrario la desmoralización que existía en el campamento del
palacio. Conocido el desánimo de esta tropa, el capitán Cortés
reforzó dicha posición con el envío de 14 guardias civiles del
Santuario con el fin de elevar la moral de los combatientes. El
envío de nuevos efectivos republicanos comenzó a sentirse desde los
primeros días del mes de abril. Aumentando considerablemente hasta
la definitiva toma de la posición el 1 de mayo. Es difícil calcular
el número de milicianos destinados a la toma del Santuario en este
último mes de enfrentamientos. Las cifras varían según las fuentes
que se utilicen y que van desde los 6.000 hombres propuestos por
Antonio Cordón, hasta los 12.000 que plantean algunos escritores de
la postguerra. Buscando un equilibrio entre las mismas, la mayoría
de los autores proponen entre 8.000 y 10.000 soldados, cifras más
que desproporcionadas para la población asediada. Asimismo los
sitiadores se reforzaron con una Compañía de tanques compuesta de 10
ó 12 carros y que fueron los protagonistas de la última jornada de
asedio. Se trataba del carro de infantería T-26 B que tan buenos
resultados había cosechado en las batallas de Seseña y Guadalajara.
De fabricación rusa, el T-26 B contaba con un cañón de 37 mm., el
más versátil de aquellos momentos, y una ametralladora coaxial. El
día 17 de abril arreciaron los ataques, comenzando a bombardear de
forma continua incluso por la noche. Ese día, se contaron 37 muertos
entre los sitiados. Pero será dos días más tarde, el 19 de abril,
cuando los tanques comiencen su actividad. El ataque de ese día se
inició a las dos de la madrugada con fuego intenso. A las 7 de la
mañana ya eran 16 las víctimas mortales entre los defensores. Con la
primera luz del día los tanques comenzaron su marcha. Primero ocupan
los muros de tres casas, para encaminar su rumbo hacia la calzada de
ascenso. La intervención de la aviación nacional y el valor de los
defensores, frustraron el despliegue de los carros, inutilizando dos
de los seis que participaron en la operación. A pesar del optimismo
que el enfrentamiento de esta jornada dio a ambos bandos, la
situación de los defensores era insostenible. El aumento de los
ataques y la reducción del cerco hacían inaguantable por muchos días
aquella situación.
Así lo entendió el general Franco que a estas alturas de abril
contactó con la Cruz Roja Internacional para que intercediera en la
evacuación de las mujeres y los niños del Santuario, y garantizara
sus vidas. Así se lo trasladó Queipo de Llano a Cortés. Ante los
titubeos de éste, el general insiste y ordena el cumplimiento de la
orden de evacuación, apuntando la idea de que una vez realizada,
podrían aprovechar la oscuridad nocturna para intentar alcanzar las
líneas nacionales. A las 9 de la noche, se anunció por el altavoz la
llegada de los representantes de la Cruz Roja. Los mandos
republicanos no dieron permiso para que fueran hasta el Santuario,
por lo
que pidieron por el altavoz que una delegación de sitiados se
reunieran con ellos. Entre las condiciones pactadas se encontraba
que los evacuados salieran hacia zona nacional en grupos de 40, no
saliendo otro convoy hasta que el anterior hubiera llegado a su
destino y comunicado por heliógrafo desde Porcuna.
Estas condiciones no fueron aceptadas por el teniente coronel
Cordón, exigiendo que los evacuados fueran llevados a zona
republicana. El gobierno de Valencia fue aún más radical, pues el
ministro Largo Caballero ordenó que no se admitiera ninguna
evacuación si no iba precedida de la rendición incondicional de los
combatientes, dejando expresada su intención de sancionar al coronel
Morales si no cumplía la orden. El 25 de abril Cortés envió a dos
parlamentarios a entrevistarse con los delegados de Cruz Roja. Al no
aceptar las condiciones establecidas, quedaron rotas las
negociaciones. Como último recurso, el general Franco contactó de
nuevo con la Cruz Roja para evacuar a las mujeres y niños del
Santuario. Estos permanecerían agrupados hasta que se concertara un
canje de prisioneros con el gobierno de Valencia. Pero este último
intento no llegó a realizarse, por lo que la población del Santuario
se preparó para el ataque definitivo.
La toma definitiva
A las cuatro y media de la madrugada del 1 de mayo, se inició el
fuego de artillería sobre la posición. Hacia las seis comenzaron a
movilizarse los tanques. El plan, expuesto por el teniente coronel
Cordón, consistía, según sus palabras, en “un ataque frontal
realizado por la casi totalidad de las fuerzas y medios con que
podamos contar, y un ataque auxiliar demostrativo para fijar alguna
fuerza a los sitiados”. De este modo, parte de los efectivos se
destinaron a atacar las secciones I, III y V con el fin de fijar los
combatientes que había en ellas, mientras que los tanques avanzaron
hasta la explanada donde se iniciaba la calzada para batir por la
retaguardia la sección II y IV. La noticia de la caída de la sección
IV tras un duro enfrentamiento llegó al capitán Cortés mientras,
fusil en mano, defendía los muros del destruido Santuario. Él como
nadie sabía que la pérdida de esta posición era la antesala de la
caída de todo el campamento, por lo que a partir de conocer esta
noticia, adoptó una actitud desafiante ante el peligro, exponiéndose
sobremanera al fuego enemigo. Parecía con su comportamiento que
había decidido morir entre aquellos riscos. Y así prácticamente
sucedió. En las primeras horas de la tarde, fue alcanzado por la
metralla de una granada de artillería que lo herirá gravemente en el
vientre. No satisfecho con ello, pedirá agua insistentemente a sus
acompañantes para acelerar su muerte mientras las tropas
republicanas tomaban las posiciones del recinto.
Una vez concentrados en la lonja del Santuario los combatientes, se
procedió a la evacuación de todo el personal: las mujeres y los
niños se mandaron concentrar en la explanada al pie del cerro,
mientras que los combatientes fueron conducidos a la casa de peones
camineros. Mientras que esperaban la evacuación, el alférez
Carbonell contó los hombres ilesos: 42 combatientes. A lo largo de
la carretera se fueron situando las camillas de los heridos, para
ser examinados por los médicos que establecían el orden de
evacuación según su gravedad. En la primera ambulancia que se
improvisó, se trasladó al capitán Cortés, dos milicianos y la hija
del brigada Jiménez que llegó cadáver al hospital de sangre
establecido en las Viñas de
Peñallana. La ambulancia llegó a su destino hacia las 8 de la tarde,
siendo interrogado el capitán y sometido durante la noche a una
operación quirúrgica por el doctor Santos Laguna.
Al día siguiente, 2 de mayo, poco después del mediodía, moría el
capitán como consecuencia de sus heridas. El resto de combatientes
fueron conducidos al antiguo cuartel de la Guardia Civil en Andújar,
hoy casa de la cultura, primero, para trasladarlos al día siguiente
hasta el presidio de San Miguel de los Reyes en Valencia, donde
permanecieron buena parte de ellos hasta su liberación por las
fuerzas del general Aranda el 29 de marzo del 39. La población
civil, fue llevada hasta el Viso del Marqués en donde quedó alojada
en un primer momento en el palacio del marqués de Santa Cruz y,
pocos días después, entre las familias de esta población, recibiendo
un trato amable por parte del vecindario.
Con esto se pone fin al relato de los hechos llevados a cabo durante
los cerca de los nueve meses que duró el asedio al Santuario.
Acciones que ponen de relieve el sacrificio y heroísmo de sus
protagonistas, mostrándonos a la par el dramatismo y la sinrazón del
enfrentamiento entre hermanos que supuso la última Guerra Civil en
España.
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El Asedio al Santuario de la Virgen de la Cabeza
La Guardia Civil muere, pero no se rinde
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