El Asedio al Santuario de la Virgen de la Cabeza

La Guardia Civil muere, pero no se rinde

 
     
 
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Dedicatoria

 

 

                                                                                   Defensa y sacrificio del Capitán Cortés en

el Santuario de

Nuestra Señora de la Cabeza

 

 

Allá en el cerro ancho y alto

que llaman de la Cabeza,

flor de fe entre los jarales

de la agria Sierra Morena;

frente a las lomas de Andújar,

señero entre la madeja

de lajas y madroñales,

de pendientes y trochuelas,

de derrumbaderos ásperos

y de rocosas mesetas,

de picos atalayeros,

de vueltas y de revueltas

con que el fragoso camino

camina, se yergue y trepa

sediento de nubes altas

y codicioso de estrellas,

como en el altar sagrado

el Cuerpo de Dios se muestra

oculto bajo la Especie

del trigo hecho Hostia perfecta,

se levanta el Santuario

- pan moreno en tosca mesa -,

que bendice con su luz

la Virgencita romera

que se apareció a Juan de Rivas,

pastor de cabras y ovejas,

en el áurea maravilla

de una mañana agosteña,

entre un resplandor de pasmo

que dio con su frente en tierra.

 

 *  *  *

De Martos, - grises olivos

que el aire jaenero peina

y de ambas Andalucías

las gigantes zafras llenan -:

de Marmolejo y de Arjona,

de quejigo y madroñeras,

del Encinarejo, que linde

le marca con su dehesa,

de Bailén y Lugar Nuevo,

de Sabiote y Colomera,

de Andújar y Locubín,

de Peal y de Villanueva,

de los Baños de la Encina,

y de Linares, minera,

Jaén y Torredonjimeno

y ese Campillo de Arenas,

postrer domingo de abril

que de verano alardea,

entre mil santas medallas

que en anchas cintas sedeñas

sobre el pecho al columpiarse,

de relumbres espejean,

y mil piropos rendidos

de mil coplas serraniegas,

y mil tremolantes vuelos

de mil bordadas banderas

que en su balumba afianzan

cordones y guindaletas;

a mil poderosos lomos

de mil lucidas acémilas

con enjalmas de colores

y borlas de lana y seda,

o en mil recortados potros

con ancha silla vaquera,

bien trenzados mosquerillos,

rizada y fina azalea,

recamadas baticolas

y barcinas estriberas

y espejuelos que responden

en lenguaje de centellas

a los besos con que el sol

les reguiña y les requiebra,

de las viejas Hermandades

artesanas y camperas

- que señores linajudos

en sus filas también cuentan -,

hacia el empinado cerro

los hormigueros se aprietan

en lento rosario largo

de enfervorizadas cuentas,

que a la Divina Señora

sus tiernos laudes ofrendan.

Y la Señora Divina,

gala del cielo y la tierra,

a sus pies la media luna

-  en cada punta, una estrella -,

nimbo de plata maciza

que de luz la contornea,

y el Santo Niño en los brazos

como una dulce promesa,

sonríe, acoge y perdona,

venero en la roca yerta,

rosa entre rispos zarzales

y lirio entre las roquedas,

Madre de los pecadores,

fina Torre marfileña

claro Espejo de justicia,

Sede augusta de sapiencia,

Casa de oro, Reina de ángeles,

apóstoles y profetas,

sin mancilla que le llegue,

ni sombra que la oscurezca,

ni barro que la salpique,

ni sierpe que se le atreva,

porque con fina sandalia

-  luna de plata la suela,

dos luceros por hebillas

y, en oficio de correas

que ciñen leves y tímidas

la santa y graciosa pierna,

dos rayos de oro arrancados

del sol a la cabellera -,

por los siglos de los siglos

pisa la hedionda cabeza.

 

 *  *  *

 

Un altar es todo el monte

ante cuya ara resuenan

las coplas de los romeros

como un enjambre de abejas:

- Para hermandades de rumbo,

la Hermandad de Colomera;

para Vírgenes bonitas,

la Virgen de la Cabeza... –

Y el sol, descogiendo nubes,

galanamente se muestra

volcando en los estandartes

diluvios de lentejuelas.

  

 *  *  *

 

¡ Virgen de coplas serranas,

fina paloma zarceña...!:

en la mora de tus ojos

una lágrima retiembla,

acaso a través del tiempo

mirando lo que te espera:

que, en negras bandas de muerte,

torvos gavilanes cercan

- ronco graznido de crimen,

crispada garra sangrienta -,

esos blancos palomares

que tu plumaje hermosea.

  

 *  *  *

 

¿En qué sagrado tintero

esta pluma mojaré

que en mi mano estremecida

garrapatea el papel,

vacía y divagadora,

sin nervio ni robustez...?

¿Con qué duro macho bronco

- herrero de mal traer -,

en el yunque del romance

mis ideas forjaré

porque su hierro se amolde

a lo que yo pido de él...?

¿En qué mar de nobles olas

sabrá tenderse mi red

para arrastrar en sus mallas

- trabazón de pena y fe –

palabras de temple exacto

que rezumen, a la vez,

dulzor de ardiente colmena

castrada de suave miel

y retamera amargura,

verdinosa amarillez

como veneno esculpida

en torpe basca de hiel...?

 

¿En qué gigante roquedo

mis plantas afianzaré

para que no se derrumbe

mi encogida pequeñez

ante el trueno de grandeza

que hace al mundo ensordecer

desde el erguido Cabezo

que altar de una Virgen es

y escuela donde se forjan

almas que a su España den,

tras el claro orgullo limpio

de cumplir con el deber,

si no triunfo, sacrificio,

y no pudiendo laurel,

palma de mártir que trame

corona para su sien...?

 

Mi tosca mano debiera

dejar la pluma caer

avergonzada y contrita

de su loca intrepidez;

y duro hachazo acertara

cortar mi lengua a cercén,

si es que pretende, soberbia,

servir de pobre pavés

a quien precisara Homeros

porque lo cantasen bien.

  

 *  *  *

 

Como aplomada columna

que muestra en su macicez

cuya es la noble cantera

de que se pudo extraer

la piedra apretada y firme

de su altivo capitel,

de su fuste, seco y limpio,

que a nada habrá de ceder

y de su basa, milagro

de equilibrio y solidez,

impávido y corajudo

a un hombre joven se ve

con los dientes apretados,

verdosa de ira la tez,

el patio de los aljibes

midiendo con firme pie.

No pide a nadie consejo:

que en Toledo aprendió bien

lo que en trances de este porte

un caballero ha de hacer.

  

Nombre de apóstol guerrero

su nombre de pila es;

y para que en esta hazaña,

si es preciso, le espoleen

las espuelas de dos sílabas

de española y vieja prez,

sillar de un linaje nuevo,

por apellido Cortés.

  

 *  *  *

 

Mujeres, niños y ancianos

vienen a ampararse a él;

más de mil suma la cuenta

para ganar o perder.

Y con doscientos valientes

que han salido de Jaén

gallardamente aprestados

a triunfar o a perecer,

convierta la santa ermita

en fortaleza y cuartel;

santigua su frente y dice:

“Sea lo que haya de ser.

¡Para un ejército entero

basta un Capitán Cortés!”

  

 *  *  *

Más y más aprieta

el enemigo su cerco,

sin que haya ganado nunca

sólo un palmo de terreno.

Los hombres que Cortés manda

cada vez más firme y terco,

mejor que seres humanos

son ya falanges de espectros,

sin pan en que hinquen sus dientes,

sin agua para el apremio

con que, abrasadas, las lenguas

piden su piadoso riego,

sin ropas con que se abrigue

la desnudez de sus miembros,

sin sólo un haz que les preste

cabezal para su lecho,

sin que les cubra más bóveda

que la impasible del cielo,

sin más faro de esperanza

que la muerte, y sin más fuego

que el que sin parar vomitan

los cañones y morteros,

desmigajando las piedras

y escupiéndolas al viento.

  

 *  *  *

  

Aquí una madre, a su hijo

brinda el escuálido seno

que el infantico inocente

está a arañazos cosiendo

al ver cómo es fuente exhausta

lo que antes le fue sustento.

Allá otra mujer – harapos

entre sudores revueltos -,

alumbra una vida nueva,

como en un estercolero,

sobre un brazado de paja

que hace yacija del suelo.

En un rincón, un anciano

está la vida rindiendo,

del sudor de la agonía

apelmazado el cabello,

vidriados los turbios ojos,

quebrando el último aliento,

y en sus ya crispadas manos

la tosca cruz que le han hecho

atando con basta soga

dos astillones de leño.

 

Fuera, montando la guardia,

impasibles y serenos,

ensayando la que pronto

han de hacer en los luceros,

guardias civiles de estampa

antigua, mudos y serios

bajo el charol del tricornio,

derribado el barboquejo,

jirones el uniforme,

el bigotón ancho y recio,

galones y sardinetas

en deshilachados flecos,

y el pajizo correaje

resquebrajado y maltrecho.

 

O ya en sus guerreras grises,

cetrinos carabineros

que saben de las esperas

en el nocturno silencio

del Peñón de Gibralfaro,

de cara al mar malagueño,

o en la playa de Estepona,

vigilantes y al acecho

de los faluches fantasmas

que hacen el contrabandeo

de Gibraltar a Algeciras,

a toda suerte y evento.

 

O, en fin –donceles azules

novios de todos los riesgos,

el mentón casi lampiño,

el corazón de hombres hecho -,

falangistas que a la Muerte

pidieron en casamiento

el día en que se bordaron

flechas y yugo en el pecho.

  

 *  *  *

  

El Capitán se pasea,

como un león en su encierro;

no mirarle es imposible

y el contemplarlo da miedo.

Quiere hacer –son sus palabras-

“algo que infunda respeto”.

Tajante la orden de mando,

vibrante el haz de sus nervios,

las uñas contra las palmas

clavándose hasta los huesos,

en el ademán, terrible

e impenetrable en el gesto,

pálido el rostro apretado,

fruncido el duro entrecejo,

el corazón, brasa viva,

vendaval el pensamiento,

el alma en tiras de angustia,

la lengua, esparto reseco,

dardos de fiebre los ojos,

y la voluntad, acero;

soberbiamente magnífico,

terriblemente derecho

es palo mayor de un navío

que baten olas de averno,

los pies en la roca dura

y la mirada en el cielo,

noble, viril, imponente,

hermoso y casi arcangélico,

como un San Miguel estático

en su camarín de truenos.

  

 *  *  *

  

Anima a los que combaten,

es cura de los enfermos,

conforte da a las mujeres

y le abre fosa a los muertos.

Y cuando pasa por la vera

de cualquier niño de aquellos

- recentalillos inermes

que a la guarda se acogieron

de su noble pastoría

en el redil de aquel cerro -,

las pupilas se le nublan

y se le aceza el resuello:

que allá en Jaén dejó cuatro

paridos bajo su techo.

Y otro, también de su sangre,

que cumplido ya su tiempo,

ya habrá a estas horas nacido,

cual los demás, indefenso ...

-  ¡Ay, mi Dominga Camacho...!

¿Qué ser�� de mis pequeños

y que será de ti misma,

metida en aquel infierno,

si por divino milagro

vivís aún para verlo...?

 

Yo no saldré ya de aquí:

que hasta sepultura tengo

bajo de aquella bandera

que un día juré en Toledo.

Si vives guarda a mis hijos

y diles por lo que muero;

mantén en sus corazones

la llama de mi recuerdo

y enséñales a que sean

cristianos y caballeros;

y a ese, al que, acaso, ya nunca

podré estrechar en mi pecho,

bautízalo en mi memoria

con este nombre que llevo

y hazle en la frente esta cruz

con que mi diestra, de lejos,

está persignando leguas

para volar a su encuentro... –

 

 *  *  *

 

Ya se derrumbó otro muro;

muy pocos quedan enhiestos...

torrentes de sangre bajan

manchando los madroñeros...

Agoniosos y lejanos,

en casi humano lamento

de pavor y agorería,

el aullido de los perros

que aquella sangre ventean

en un rabioso olfateo...

 

Un aire que trae en sus lomos,

por jinetes bravateros,

berridos de ira impotente,

blasfemias y juramentos,

azota y abofetea

guiñapos sobre esqueletos...

Y en el parche de la noche,

fúnebre, implacable, eterno,

redoble de cataclismos,

el feroz tamborileo

de la Muerte que enarbola

- tambor mayor del asedio -,

sus dos peladas canillas

en un rataplán siniestro...

 

 *  *  *

 

Enclavijados los dientes

y entenebrecido el ceño,

el capitán, inmutable,

está llorado hacia adentro.

Otra salvación no tiene

que la que venga del cielo.

 

Pues que en el cielo confías

-¿y en quién confiar mejor?-,

ayuda te manda el cielo,

capitán de la ilusión.

Despabilada y fragante,

la mañana clareó

su fina luz encendiendo

en el febeo farol.

Alondras y chamarices

saludan al nuevo albor

entre un derretirse en trinos

y un esponjarse el plumón.

Tomillos y romerales

se irisan con el temblor

de las gotas de rocío

que el relente les bordó,

y las lascas son espejos

de relumbre cegador,

mientras un leve airecillo

lisonjero y juguetón

traspasado aún de la pólvora

que en sus alas cabalgó

sobre una hacina de ruinas

mece una tímida flor.

¡Qué bonito, bello y claro

este mundo que hizo Dios,

y los hombres desbaratan

a rimbombes de cañón!

 

 *  *  *

 

Por los azules senderos

del águila y del azor

de la nube nacarada

y del anhelo español,

bajo unas alas de acero

el trepidar de un motor.

Palabras de aliento dice

su ronca y potente voz,

y de su vientre derrama,

como en milagroso don,

el pan de España, a��n caliente

de fe, esperanza y amor,

palomas para mensajes,

v��veres y munición

y el espejo de un heliógrafo

que, bajo el beso del sol,

plana será en que escriba

un código del honor

con sencillez espartana

de elegante concisión.

 

Aún luchas, aún te defiendes

contra el martillo y la hoz;

aún tu coraje bravea

con nunca visto valor;

aún, en tu pecho, la fe

que jamás te abandonó,

centellea de su lumbre

el divino resplandor;

y aún sacudes tu melena,

acorralado león,

frente a veinte mil chacales,

con sólo a tu alrededor

treinta mártires, fundidos,

en sobrehumano crisol.

 

¡Todo inútil, todo inútil,

capitán de la ilusión!:

mayo cruel te regala

en vez de triunfante flor,

empapado de tu sangre

un funerario crespón.

Escrito en el tiempo estaba

por mano del mismo Dios

y ¿quién en sus altos juicios

nunca jamás penetró?

“Imposible resistir

más”, le haces hablar al sol

sobre aquel bruñido espejo

que en tus manos se quebró,

y desploma su grandeza

tu altanero torreón.         

 

 *  *  *

 

¡España, arrodíllate!

¡Apaga tu hoguera, sol!

¡Palomas de sus mensajes,

morid en vuestro jaulón:

que ya está, por siempre, quieta

la mano que os voleó

para llevar a Sevilla

latidos de un corazón!

¡Cruje en tus ejes, planeta1

¡Todo ya se consumó...!

  

Sin banderas victoriosas

a los vientos desplegadas

bajo un cielo estremecido

de clarines y de salvas;

sin arcos de pompa verde

sin que se le rindan armas

como en un pleito homenaje

de bayonetas y espadas;

humilde y desventurado

hasta en el darse de cara

con la Muerte que, a traición,

no de frente, le acechaba,

- alabastro de humildades

encerrado entre seis tablas  -,

a solas con Dios y el tiempo

el buen Capitán descansa:

¡cuarenta viriles años

de honor, de fe y de esperanza

para este postrero y áspero

tragantear de retamas...!

¿Qué importa?: muy pronto, al mundo

escalofriará la hazaña

de un Capitán español

sobre una cumbre serrana.

 

 *  *  *

 

Ahora, en el claro silencio

de la noche grave y alta,

la Virgen de la Cabeza

su manto de luz arranca

para que al noble despojo

preste invisible mortaja.

Con su Niño de la mano,

le está esperando, asomada

de su balcón infinito

a la celeste baranda.

Y bajo un dosel de estrellas,

Santiago, Patrón de España,

con una aguja de sol

y un hilo de luna clara,

sobre el corazón de mártir

le borda la Laureada.

 

D. Manuel de Góngora

 

 

 

 

 
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