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Dedicatoria
Defensa y sacrificio del Capitán Cortés enel Santuario deNuestra Señora de la Cabeza
Allá en el cerro ancho y alto
que llaman de la Cabeza,
flor de fe entre los jarales
de la agria Sierra Morena;
frente a las lomas de Andújar,
señero entre la madeja
de lajas y madroñales, de pendientes y trochuelas, de derrumbaderos ásperos y de rocosas mesetas, de picos atalayeros, de vueltas y de revueltas con que el fragoso camino camina, se yergue y trepa sediento de nubes altas y codicioso de estrellas, como en el altar sagrado el Cuerpo de Dios se muestra oculto bajo la Especie del trigo hecho Hostia perfecta, se levanta el Santuario - pan moreno en tosca mesa -, que bendice con su luz la Virgencita romera que se apareció a Juan de Rivas, pastor de cabras y ovejas, en el áurea maravilla de una mañana agosteña, entre un resplandor de pasmo que dio con su frente en tierra.
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* De Martos, - grises olivos que el aire jaenero peina y de ambas Andalucías las gigantes zafras llenan -: de Marmolejo y de Arjona, de quejigo y madroñeras, del Encinarejo, que linde le marca con su dehesa, de Bailén y Lugar Nuevo, de Sabiote y Colomera, de Andújar y Locubín, de Peal y de Villanueva, de los Baños de la Encina, y de Linares, minera, Jaén y Torredonjimeno y ese Campillo de Arenas, postrer domingo de abril que de verano alardea, entre mil santas medallas que en anchas cintas sedeñas sobre el pecho al columpiarse, de relumbres espejean, y mil piropos rendidos de mil coplas serraniegas, y mil tremolantes vuelos de mil bordadas banderas que en su balumba afianzan cordones y guindaletas; a mil poderosos lomos de mil lucidas acémilas con enjalmas de colores y borlas de lana y seda, o en mil recortados potros con ancha silla vaquera, bien trenzados mosquerillos, rizada y fina azalea, recamadas baticolas y barcinas estriberas y espejuelos que responden en lenguaje de centellas a los besos con que el sol les reguiña y les requiebra, de las viejas Hermandades artesanas y camperas - que señores linajudos en sus filas también cuentan -, hacia el empinado cerro los hormigueros se aprietan en lento rosario largo de enfervorizadas cuentas, que a la Divina Señora sus tiernos laudes ofrendan. Y la Señora Divina, gala del cielo y la tierra, a sus pies la media luna - en cada punta, una estrella -, nimbo de plata maciza que de luz la contornea, y el Santo Niño en los brazos como una dulce promesa, sonríe, acoge y perdona, venero en la roca yerta, rosa entre rispos zarzales y lirio entre las roquedas, Madre de los pecadores, fina Torre marfileña claro Espejo de justicia, Sede augusta de sapiencia, Casa de oro, Reina de ángeles, apóstoles y profetas, sin mancilla que le llegue, ni sombra que la oscurezca, ni barro que la salpique, ni sierpe que se le atreva, porque con fina sandalia - luna de plata la suela, dos luceros por hebillas y, en oficio de correas que ciñen leves y tímidas la santa y graciosa pierna, dos rayos de oro arrancados del sol a la cabellera -, por los siglos de los siglos pisa la hedionda cabeza.
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Un altar es todo el monte ante cuya ara resuenan las coplas de los romeros como un enjambre de abejas: - Para hermandades de rumbo, la Hermandad de Colomera; para Vírgenes bonitas, la Virgen de la Cabeza... – Y el sol, descogiendo nubes, galanamente se muestra volcando en los estandartes diluvios de lentejuelas.
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* ¡ Virgen de coplas serranas, fina paloma zarceña...!: en la mora de tus ojos una lágrima retiembla, acaso a través del tiempo mirando lo que te espera: que, en negras bandas de muerte, torvos gavilanes cercan - ronco graznido de crimen, crispada garra sangrienta -, esos blancos palomares que tu plumaje hermosea.
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* ¿En qué sagrado tintero esta pluma mojaré que en mi mano estremecida garrapatea el papel, vacía y divagadora, sin nervio ni robustez...? ¿Con qué duro macho bronco - herrero de mal traer -, en el yunque del romance mis ideas forjaré porque su hierro se amolde a lo que yo pido de él...? ¿En qué mar de nobles olas sabrá tenderse mi red para arrastrar en sus mallas - trabazón de pena y fe – palabras de temple exacto que rezumen, a la vez, dulzor de ardiente colmena castrada de suave miel y retamera amargura, verdinosa amarillez como veneno esculpida en torpe basca de hiel...? ¿En qué gigante roquedo mis plantas afianzaré para que no se derrumbe mi encogida pequeñez ante el trueno de grandeza que hace al mundo ensordecer desde el erguido Cabezo que altar de una Virgen es y escuela donde se forjan almas que a su España den, tras el claro orgullo limpio de cumplir con el deber, si no triunfo, sacrificio, y no pudiendo laurel, palma de mártir que trame corona para su sien...? Mi tosca mano debiera dejar la pluma caer avergonzada y contrita de su loca intrepidez; y duro hachazo acertara cortar mi lengua a cercén, si es que pretende, soberbia, servir de pobre pavés a quien precisara Homeros porque lo cantasen bien.
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* Como aplomada columna que muestra en su macicez cuya es la noble cantera de que se pudo extraer la piedra apretada y firme de su altivo capitel, de su fuste, seco y limpio, que a nada habrá de ceder y de su basa, milagro de equilibrio y solidez, impávido y corajudo a un hombre joven se ve con los dientes apretados, verdosa de ira la tez, el patio de los aljibes midiendo con firme pie. No pide a nadie consejo: que en Toledo aprendió bien lo que en trances de este porte un caballero ha de hacer. Nombre de apóstol guerrero su nombre de pila es; y para que en esta hazaña, si es preciso, le espoleen las espuelas de dos sílabas de española y vieja prez, sillar de un linaje nuevo, por apellido Cortés.
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vienen a ampararse a él; más de mil suma la cuenta para ganar o perder. Y con doscientos valientes que han salido de Jaén gallardamente aprestados a triunfar o a perecer, convierta la santa ermita en fortaleza y cuartel; santigua su frente y dice: “Sea lo que haya de ser. ¡Para un ejército entero basta un Capitán Cortés!”
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* Más y más aprieta el enemigo su cerco, sin que haya ganado nunca sólo un palmo de terreno. Los hombres que Cortés manda cada vez más firme y terco, mejor que seres humanos son ya falanges de espectros, sin pan en que hinquen sus dientes, sin agua para el apremio con que, abrasadas, las lenguas piden su piadoso riego, sin ropas con que se abrigue la desnudez de sus miembros, sin sólo un haz que les preste cabezal para su lecho, sin que les cubra más bóveda que la impasible del cielo, sin más faro de esperanza que la muerte, y sin más fuego que el que sin parar vomitan los cañones y morteros, desmigajando las piedras y escupiéndolas al viento.
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* Aquí una madre, a su hijo brinda el escuálido seno que el infantico inocente está a arañazos cosiendo al ver cómo es fuente exhausta lo que antes le fue sustento. Allá otra mujer – harapos entre sudores revueltos -, alumbra una vida nueva, como en un estercolero, sobre un brazado de paja que hace yacija del suelo. En un rincón, un anciano está la vida rindiendo, del sudor de la agonía apelmazado el cabello, vidriados los turbios ojos, quebrando el último aliento, y en sus ya crispadas manos la tosca cruz que le han hecho atando con basta soga dos astillones de leño. Fuera, montando la guardia, impasibles y serenos, ensayando la que pronto han de hacer en los luceros, guardias civiles de estampa antigua, mudos y serios bajo el charol del tricornio, derribado el barboquejo, jirones el uniforme, el bigotón ancho y recio, galones y sardinetas en deshilachados flecos, y el pajizo correaje resquebrajado y maltrecho. O ya en sus guerreras grises, cetrinos carabineros que saben de las esperas en el nocturno silencio del Peñón de Gibralfaro, de cara al mar malagueño, o en la playa de Estepona, vigilantes y al acecho de los faluches fantasmas que hacen el contrabandeo de Gibraltar a Algeciras, a toda suerte y evento. O, en fin –donceles azules novios de todos los riesgos, el mentón casi lampiño, el corazón de hombres hecho -, falangistas que a la Muerte pidieron en casamiento el día en que se bordaron flechas y yugo en el pecho.
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* El Capitán se pasea, como un león en su encierro; no mirarle es imposible y el contemplarlo da miedo. Quiere hacer –son sus palabras- “algo que infunda respeto”. Tajante la orden de mando, vibrante el haz de sus nervios, las uñas contra las palmas clavándose hasta los huesos, en el ademán, terrible e impenetrable en el gesto, pálido el rostro apretado, fruncido el duro entrecejo, el corazón, brasa viva, vendaval el pensamiento, el alma en tiras de angustia, la lengua, esparto reseco, dardos de fiebre los ojos, y la voluntad, acero; soberbiamente magnífico, terriblemente derecho es palo mayor de un navío que baten olas de averno, los pies en la roca dura y la mirada en el cielo, noble, viril, imponente, hermoso y casi arcangélico, como un San Miguel estático en su camarín de truenos.
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* Anima a los que combaten, es cura de los enfermos, conforte da a las mujeres y le abre fosa a los muertos. Y cuando pasa por la vera de cualquier niño de aquellos - recentalillos inermes que a la guarda se acogieron de su noble pastoría en el redil de aquel cerro -, las pupilas se le nublan y se le aceza el resuello: que allá en Jaén dejó cuatro paridos bajo su techo. Y otro, también de su sangre, que cumplido ya su tiempo, ya habrá a estas horas nacido, cual los demás, indefenso ... - ¡Ay, mi Dominga Camacho...! ¿Qué ser�� de mis pequeños y que será de ti misma, metida en aquel infierno, si por divino milagro vivís aún para verlo...? Yo no saldré ya de aquí: que hasta sepultura tengo bajo de aquella bandera que un día juré en Toledo. Si vives guarda a mis hijos y diles por lo que muero; mantén en sus corazones la llama de mi recuerdo y enséñales a que sean cristianos y caballeros; y a ese, al que, acaso, ya nunca podré estrechar en mi pecho, bautízalo en mi memoria con este nombre que llevo y hazle en la frente esta cruz con que mi diestra, de lejos, está persignando leguas para volar a su encuentro... –
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*
Ya se derrumbó otro muro; muy pocos quedan enhiestos... torrentes de sangre bajan manchando los madroñeros... Agoniosos y lejanos, en casi humano lamento de pavor y agorería, el aullido de los perros
que aquella sangre ventean
en un rabioso olfateo...
Un aire que trae en sus lomos,
por jinetes bravateros,
berridos de ira impotente,
blasfemias y juramentos,
azota y abofetea
guiñapos sobre esqueletos...
Y en el parche de la noche,
fúnebre, implacable, eterno,
redoble de cataclismos,
el feroz tamborileo
de la Muerte que enarbola
- tambor mayor del asedio -,
sus dos peladas canillas
en un rataplán siniestro...
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*
Enclavijados los dientes
y entenebrecido el ceño,
el capitán, inmutable,
está llorado hacia adentro.
Otra salvación no tiene
que la que venga del cielo.
Pues que en el cielo confías
-¿y en quién confiar mejor?-,
ayuda te manda el cielo,
capitán de la ilusión.
Despabilada y fragante,
la mañana clareó
su fina luz encendiendo
en el febeo farol.
Alondras y chamarices
saludan al nuevo albor
entre un derretirse en trinos
y un esponjarse el plumón.
Tomillos y romerales
se irisan con
el temblor
de las gotas de rocío
que el relente les bordó,
y las lascas son espejos
de relumbre cegador,
mientras un leve airecillo
lisonjero y juguetón
traspasado aún de la pólvora
que en sus alas cabalgó
sobre una hacina de ruinas
mece una tímida flor.
¡Qué bonito, bello y claro
este mundo que hizo Dios,
y los hombres desbaratan
a rimbombes de cañón!
* *
*
Por los azules senderos
del águila y del azor
de la nube nacarada
y del anhelo español,
bajo unas alas de acero
el trepidar de un motor.
Palabras de aliento dice
su ronca y potente voz,
y de su vientre derrama,
como en milagroso don,
el pan de España, a��n caliente
de fe, esperanza y amor,
palomas para mensajes,
v��veres y munición
y el espejo de un heliógrafo
que, bajo el beso del sol,
plana será en que escriba
un código del honor
con sencillez espartana
de elegante concisión.
Aún luchas, aún te defiendes
contra el martillo y la hoz;
aún tu coraje bravea
con nunca visto valor;
aún, en tu pecho, la fe
que jamás te abandonó,
centellea de su lumbre
el divino resplandor;
y aún sacudes tu melena,
acorralado león,
frente a veinte mil chacales,
con sólo a tu alrededor
treinta mártires, fundidos,
en sobrehumano crisol.
¡Todo inútil, todo inútil,
capitán de la ilusión!:
mayo cruel te regala
en vez de triunfante flor,
empapado de tu sangre
un funerario crespón.
Escrito en el tiempo estaba
por mano del mismo Dios
y ¿quién en sus altos juicios
nunca jamás penetró?
“Imposible resistir
más”, le haces hablar al sol
sobre aquel bruñido espejo
que en tus manos se quebró,
y desploma su grandeza
tu altanero torreón.
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*
¡España,
arrodíllate!
¡Apaga tu hoguera, sol!
¡Palomas de sus mensajes,
morid en vuestro jaulón:
que ya está, por siempre, quieta
la mano que os voleó
para llevar a Sevilla
latidos de un corazón!
¡Cruje en tus ejes, planeta1
¡Todo ya se consumó...!
Sin banderas victoriosas
a los vientos desplegadas
bajo un cielo estremecido
de clarines y de salvas;
sin arcos de pompa verde
sin que se le rindan armas
como en un pleito homenaje
de bayonetas y espadas;
humilde y desventurado
hasta en el darse de cara
con la Muerte que, a traición,
no de frente, le acechaba,
- alabastro de humildades
encerrado entre seis tablas
-,
a solas con Dios y el tiempo
el buen Capitán descansa:
¡cuarenta viriles años
de honor, de fe y de esperanza
para este postrero y áspero
tragantear de retamas...!
¿Qué importa?: muy pronto, al mundo
escalofriará la hazaña
de un Capitán español
sobre una cumbre serrana.
* *
*
Ahora, en el claro silencio
de la noche grave y alta,
la Virgen de la Cabeza
su manto de luz arranca
para que al noble despojo
preste invisible mortaja.
Con su Niño de la mano,
le está esperando, asomada
de su balcón infinito
a la celeste baranda.
Y bajo un dosel de estrellas,
Santiago, Patrón de España,
con una aguja de sol
y un hilo de luna clara,
sobre el corazón de mártir
le borda la Laureada.
D. Manuel de Góngora
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El Asedio al Santuario de la Virgen de la Cabeza
La Guardia Civil muere, pero no se rinde
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